Tuesday, March 29, 2011

Y, shhh.

Debo contarte que quiero contar
Que ando loca buscando una isla en el mar
Donde olvidarme del bien, de tu mal
De tu cara bonita y ponerme a pensar.

Tras los bonitos momentos, las noches sin igual y el montón de risas, llega el cansancio, el desengaño y la rutina. Ese punto donde quieres dejar a la persona pero no sabes si serás capaz de seguir adelante sin ese eslabón en tu cadena. Los momentos con esa persona te hacen sentir más mal que bien y esperas que no venga, que no llame, que no textee porque no quieres verle y sentirte culpable.

Ante tí está el momento en que todo es tu culpa, donde te sientes mal incluso cuando no lo causes tú. Donde te cansas pero aguantas, donde callas y lloras sin decir nada. Ante tí está el momento de serel silente. El que aparentemente es valemadrista e indiferente frente a las situaciones que se presenten, pero que en realidad va con la carga a cuestas; sin sentirse ya parte de la vida de esa persona y dudando si aún la quiere como parte sustancial de la suya. El silente, al que le toca cantar y vaguear, buscando algo con lo que distraerse mientras las espinitas se van clavando más y más profundo en lo que sea que nos permita sentir.

Los silentes, como yo, queremos que nos sea suministrada una dosis de morfina para cuando ya no aguantemos sufrir más. Queremos que nos eliminen de las agendas cuando ya no nos soporten. Queremos evitar todo el drama que mal que bien siempre es causado en las relaciones.

Los silentes queremos que todo pase a nuestra manera.

En silencio y sin ningún dolor aparente.

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