Thursday, April 14, 2011

Su relato. De cómo lo olvidé o planeo hacerlo.

Olvidarle ha sido una cuesta arriba, un quebradero de cabezas donde la única que sale herida es la mía. Olvidarle ha sido olvidarme también de las viejas costumbres, de las sonrisas espontáneas y los chistes sin sentidos, de los buenos modales y la pulcra dicción; el dolor en las cejas y el esmalte de uñas a medio gastar en la alacena de mi alcoba -que apesta tantito a acetona-. Ha sido dejar atrás la báscula y traer de vuelta la mayonesa y el helado, ha sido buscar en las discotiendas sin preguntarme primero qué disco originaría un acercamiento. Olvidarle ha significado olvidarme también de la parte metódica en mí, esa que hace las cosas de tal o cual manera porque debe hacerlas así. Me olvido de su nombre, de los plumones gastados rayando corazones en la parte trasera de un cuaderno, me olvido de no comer, me olvido del olvido agridulce que me proporcionaba la ansiosa espera. El ansia por gustar y que me guste. Querer y ser querida. 

Se acabaron los plumones, la báscula, el esmalte, los lazos, las risas, los corazones y el no prestar atención. Se acabaron los chistes y los planes de pasillo para encontrarle "fortuitamente". Se ha acabado para mí y me pregunto si le he olvidado más a él que a mí misma ¿se acabarán también el llanto, la angustia y el nudo al final del estómago? ¿Quién sabe? Dios quiera que sí ¿Acaso no supone parte de olvidarle y olvidarme?¿De olvidarnos unilateralmente? Si no lo hace, debería, si debo dejar tanta parte de mí en el camino, sería considerado encontrar un poco de paz también. 

Y arranco el papel, y lo arrugo y lo tiro al cesto, donde araña ligeramente una lata de soda, buscando agarrarse a una vida que se le escapa de las manos. Y mientras lo oigo hacer el recorrido hasta el fondo, me golpea como un rayo ¿por qué habrían de ser los plumones, la báscula, el esmalte, los lazos, las risas, los corazones y el no prestar atención una parte de mí? Forman parte de una conducta, seguro que sí ¿pero acaso la manera de comportarse no cambia? ¿acaso no tengo más esperanza que la de mutilarme interiormente para mutilarlo a él de mi vida? Escribo violentamente su nombre en una hoja de papel, dejando un espacio en blanco en la parte superior de la misma; luego escribo el mío en plumón rojo sangre. Rasgo la hoja. Su nombre sale despedido fácilmente de la libreta de arillos mientras el mío permanece, fijo en el agarre de la hoja al aro y del plumón a la hoja. 

No estoy segura de haberlo olvidado, no estoy segura de que su nombre en el papel signifique más que un ejercicio terapéutico recién inventado y sin efecto. Pero a tal incertidumbre, lo que resta es probar, y seguir probando hasta que sea verdad o me haya convencido.