Cuéntame un cuento cuando esté
dormida. Toma esa vieja libreta que escondes bajo el colchón y olvídate de
pretender que no sabes que pretendo no saber de ella. La he visto ahí, asomando
debajo de los resortes como una costilla rota, pero nunca la he tocado, si eso
es lo que te preocupa. Tómala y cuéntame un cuento ahora que estoy dormida,
lame tu dedo al pasar las páginas y elige palabras que creas merezcan ser
leídas en voz alta. Puedes susurrarlas si lo deseas.
Cuéntame un cuento cuando esté
dormida; cuando no esté escuchando, cuando no esté consciente. Cuéntame un
cuento que pueda soñar y luego olvidar. Recita las palabras que hacen balbucear
a tu corazón y pintan tus mejillas del rojo más profundo; beberé
inconscientemente la tinta que tu lengua derrama y construiré un fuerte
alrededor de ésta cuando despierte, sin comprender enteramente qué es lo que
estoy protegiendo. Pon tus letras en mi
cabeza y zúrcelas con mano ligera, para que no pueda olerlas, verlas, tocarlas,
oírlas o saborearlas; pero deja un camino que me deje sentirlas. Téjelas en mis
venas, imprímelas en mis huesos, enciende una vela cuando los que sueñan estén
durmiendo y haz acopio de fuerzas para cuando se escuche tu voz.
Cuéntame una historia y no temas,
pues no se olvida lo que no es aprendido.