"Afuera llueve"
piensas esperanzado, anhelando una capa densa de gris cubriendo la usualmente
burlona sonrisa del sol. El mismo gesto que te espera entusiasta cuando corres
la cortina y te acercas a la ventana, las manos haciendo visera sobre tus ojos.
Has esperado ¾sin suerte y ya por varios días¾ que llueva
incesantemente, sin clemencia, que las calles se inunden y puedas ver a través
de la misma ventana a la que te asomas ahora los riachuelos corriendo por la
acera hasta alguna boca de visita más abajo en la calle. El cielo te ha
recompensado con los días más brillantes y calurosos que hayas vivido.
Se siente como si se
burlara de ti, como si todo el planeta se hubiese confabulado, en su perfecta
sincronía de eones de antigüedad, para hacerte padecer con fiereza las cosas
que tratas de ocultar tras lo que llamas un “buen tiempo”. Cantidades magistrales
de lluvia colándose por las ventanas y debajo de las puertas, mojándolo todo a
su paso. Gente, objetos, plantas… anegados por el tenue resplandor de las gotas
cristalinas bajo un sol que se oculta en las nubes opresoras. Te lo imaginas indefenso llorando tras los
barrotes, como un niño que se estira en su cuna para alcanzar un juguete, sin
lograrlo nunca.
El pensamiento te hace reír.
Las manos van a la cara como un
relámpago, tocando la piel ahí donde se tensaron los músculos para develar un
gesto que se asocia desde tiempos inmemoriales con la alegría, pero que en ti es
sinónimo de pura amargura y acritud. Las yemas exploran la cara, surcada de
restos de otras emociones que no te han alcanzado en largo rato. Felicidad,
celos, ira, simple y llano descontento; todas parecen estar ahí, recordándote
que pudiste sentirlas alguna vez. Ahora apenas si te llegan de vez en cuando,
en momentos que intuyes, las emociones tuvieron que haber sido fuertes y las
proyectas como una reacción automática.
Discusión ¾buscandobuscandobuscando¾ va de la mano con ira. Lágrimas, salgan, salgan.
¾Noticia¾ te alerta el cerebro, pronto a
recibir la información del exterior e inmediatamente después grita que es de carácter positivo. Fuerzas la
sonrisa de manera casi aceptable y la voz acude a tu garganta en un graznido
que usualmente sale en tu tono “natural”.
Las cosas que antes podías percibir y
que te afectaban eran una casa brillantemente construida, que tras ser barridas
por un huracán, te dejaron sólo con planos que te las ingenias por interpretar.
Son esos planos y un modelo a escala lo que presentas ante la gente y estos te
compran la casa, sin notar que les has timado.
(Lluvia, lluvia, por favor, ven)
¿Hace cuánto alguien ha pedido ver el
interior de la casa por última vez? Tres meses, quizás un poco más. No
recuerdas cuándo sentiste que alguien te necesitaba de esa manera tan sustancial
que recuerdas te hacía sentir muy bien. Ríes. Ahora “bien”, lejos de ser un
estado de ánimo óptimo significa “no tan mal” y el terror, una de las pocas
cosas que a ciencia cierta sabes que
sientes, te formula una pregunta que aún no puedes contestar.
¾¿Cuánto más durará esto?¾
El calor del día te quema la piel de
los brazos y las lágrimas prontas se asoman a tus párpados inferiores como
doncellas en un balcón. Agitan los pañuelos , y éstos caen por tus mejillas en
su puro estado de agua y sal. Sientes el cobre en la boca, lo sientes en las
venas, lo oyes martillear en tus oídos mientras enjugas tus ojos con el
dobladillo de la manca. La pregunta resuena como el eco de una campana en su
campanario, llamando a la misa de las cinco. El sol brilla fuera más que nunca,
más que siempre, y te vas arrugando, apergaminando y embotando, esperando
empotrarte en la pared. Vaya que no es bonito, pero es placentero. Sintiendo
nada te sientes bien; o bueno… no tan mal.
(¿Cuánto más durará esto?)
Las lágrimas se desbordan de nuevo,
pero esta vez las dejas correr. Después de todo, nadie te ha dicho que sería
fácil, pero absolutamente nadie mencionó que iba a ser tan condenadamente
difícil de aceptar.