Saturday, November 17, 2012

Ya no.


                Pasado el saludo  y las interacciones iniciales, me preguntas como estoy  ¾Bien ¾ respondo, mis pies  haciéndole cosquillas a la nada, chapoteando en el mar del vacío. Estamos sentadas a tal altitud que veo esos bonitos departamentos que se encuentran a dos calles y aquel cerro al que solíamos ir de noche cuando no era más que una cría. Y me pregunto, como no he podido dejar de hacer en más tiempo del que puedo contar, qué pasaría si no solo mis pies estuvieran allí afuera, si caer se sentiría tan bien como dice el viento que lo hace o resultaría tan aterrador como gritan los libros y la memoria.

                Te he mentido consistentemente desde hace varios meses. No creo que nunca haya estado bien en el sentido estricto de la palabra, ese que se ríe a carcajadas cada vez que la utilizo por la obviedad del engaño. No, nunca he estado bien, pero he estado mejor. Y la verdad es que ya casi me rindo, ya casi no puedo. El miedo  y las consideraciones se tornan nimios ante mis ojos, un envase con agua y sal enfrentándose a la arena absorbente. Ya no me basta ver tus ojos para sentirme en casa, no me bastan tus abrazos para acunar mis penas hasta que se duermen. Ya no bastas tú.

No, no es tu culpa; te lo diría si lo fuera. Aunque tampoco eso es verdad. No te lo diría porque no puedo arriesgarme a que te sientas como yo: sin fuerzas en un mundo que empuja, sin voz en un entorno que habla a gritos, sin ojos en un universo visual. No podría arriesgarme a que cayera sobre ti esto que te cuento sin contarte, mientras el silencio (¿es silencio cuando se habla sin realmente expresar nada?) se apodera de nuestra conversación y caemos sobre nuestras espaldas a observar el cielo nocturno. Siempre fuiste una estrella. Leí en alguna parte que hay unas que están muy lejos y se tornan rojas ¿o son las estrellas viejas quienes lo hacen? El caso es que lo hacen, y se tornaban de un rojo muy especial. Infrarrojas. Y ya no las vemos aunque estén aún ahí. Creo que eso es lo que pasa contigo y conmigo; antes brillabas pero luego te alejaste o envejeciste y no te veo, tu brillo no es perceptible, el universo se expande tal como lo que llevo dentro y tu lucecita infrarroja de estrella no puede tocarme ya.

Te digo esto sin decírtelo porque creo que lo mereces. Mereces saber que me retuviste acá y me proporcionaste calidez y una excusa para quedarme, para que la valentía (de eso todavía no estoy muy segura ¿soy valiente por quedarme o cobarde por no irme?) me engullera, para reunir las fuerzas que pude juntar. Para sobrevivir. Pero en ella encontré una clase distinta de coraje; en medio de la oscuridad de sus entrañas encontré sombras del más cerrado ébano y son ellas quienes me llevan hoy, tomada de la mano hacia un remanso de la paz del cobarde. No eres tú, pero sí lo fuiste una vez, no eres quien me lleva, pero sí quien lo evitó y ya no puedes. He aprendido que las ataduras sólo te entorpecen hasta que aprendes a moverte en ellas y eso hice y ahora huyo. Huyo de tus ojos y de tu voz y de la caricia permanente de tu abrazo. Huyo porque es más fácil no tenerte que hacerlo y encontrar en ti sólo el combustible justo para pasar el día. Huyo porque depender de ti es una agonía. Porque tu luz infrarroja no la veo, porque tu abrazo me duele y tu mirada me lastima. Huyo porque eres felicidad y ellos no, porque eres alegría y estás desapareciendo. Porque hay cosas más fuertes que la bondad en tus gestos. Me voy porque ya no eres suficiente y la que lo siente soy yo, aunque  no estés exenta de penas, porque traté de que lo fueras y lo quise desesperadamente; quise quedarme por ti y durante un minuto lo hice.

Ahora caeré y el viento susurra que es divino, aunque lo que me espera abajo no lo sea en absoluto. Me voy. Te amo. Me voy. Lo siento.